Opinión

La salud de la prensa y de la democracia

La salud de la prensa y de la democracia

Existe un viejo adagio de la profesión periodística que dice: “Perro no come perro”, y por eso en la prensa rara vez se habla de la prensa, de sus problemas, de sus miserias o de sus abusos

Existe una especie de corporativismo o ley del silencio por la que los periodistas y -más aún- las empresas de medios se tapan mutuamente sus vergüenzas. Hoy por ti, mañana por mí. De ahí la frase: “Perro no come perro”.

Si la prensa no come prensa, ¿quién denuncia sus abusos?, ¿quién la controla? Para ser un tópico no deja de ser cierto que de la salud de la prensa depende en gran medida la salud de la democracia.

Solo si los ciudadanos reciben información libre podrán votar en libertad. Solo con medios de comunicación independientes puede haber ciudadanos informados: capaces de discernir la verdad de la propaganda, capaces de exigir responsabilidad ante los abusos de los poderosos.

Creo y defiendo una prensa que tiene la obligación de fiscalizar a todos los poderes, pero también a la propia prensa, y que todos deben estar sometidos a ese escrutinio por parte de sus lectores y de los otros medios.

Pero, cómo se puede hacer cuando el poder político utiliza la publicidad institucional para comprar a la prensa con cargo al presupuesto público (en Algeciras casi un millón de euros, en la Diputación Provincial 2,750 millones de euros y en la Junta de Andalucía 140 millones anuales, según la Cámara de Cuentas, además de lo más censurable porque buena parte de tales gastos de supuesta publicidad se realizan bajo la fórmula del patrocinio).

Los periodistas descubrieron con la crisis que solo la solvencia económica permitía la independencia editorial. Y cuando las pérdidas entraron por la puerta, la libertad de la prensa saltó por la ventana. Pero en los medios locales la crisis y las presiones se notan mucho más porque están a la puerta de la casa.

Ahora, en ausencia de una prensa potente e independiente, el ecosistema de la democracia se deteriora de forma irremediable: los viejos medios no puedan revertir su decadencia, y los nuevos tampoco logran superar el tamaño de pequeñas ardillas. Y en esa transformación inconclusa quienes pierdan serán todos los ciudadanos: todos aquellos que necesitan una prensa independiente aunque no lo sepan, aunque ni si quieran se interesen en leerla.