Opinión

Hemos estallado moralmente

Hemos estallado moralmente
Cuando yo era joven, las abuelas se sentaban en su sillón de mimbre o su mecedora, y desde ese puesto de mando iban recopilando toda la información de la familia. No salían, pero lo sabían todo, opinaban sobre los asuntos y hasta tomaban decisiones que nadie osaba contravenir.

Eran la materialización de la Mamá Grande de los relatos de García Márquez, no se movían de su sitio pero vivían todas las vidas de su familia y más allá.

La vida ya no es así. Las madres y los padres no tienen la última palabra sobre nada, y es bueno que así sea porque significa que cada persona es dueña de su vida y obra según sus propios criterios. Los progenitores están para compartir lo bueno y lo malo, pero nada deciden, y no deben hacerlo, por un elemental concepto de libertad individual de los otros y porque, en la mayor parte de los temas, las nuevas generaciones saben más, o al menos entienden mejor un mundo que a los mayores les empieza a ser lejano.

Me alegro de que sean capaces de adaptarse, aunque uno tiene que cumplir con su papel de Pepito Grillo, como cuando nuestras madres nos decían aquello de «llévate un jersey, que por la noche refresca».

Tanta ternura protectora tiene su contrapartida en el desprecio del respeto a la vida. Los prorrusos más fanáticos, dicen que hay que ahogar a los niños y niñas de Ucrania, y así acabarán los problemas en el futuro. Decir que el mundo se ha vuelto loco es decir poco, porque no me entra en la cabeza que puedan asesinar a tiros, cazados como conejos, a niños sencillamente porque son de otra raza y hablan otra lengua. No hay política o religión que pueda justificar algo así.

Es crueldad, maldad, fanatismo y todo a la vez.  Qué vergüenza pertenecer al mismo género humano que estos desalmados sin conciencia, que cometen los actos más atroces precisamente en nombre de esa conciencia que no tienen. Por eso hay que tener mucho cuidado con las grandes palabras, porque a menudo las usan para aniquilar al otro.

Leonard Cohen lo escribió, poniendo voz a los poderosos que se suceden en todos los tiempos, regímenes y circunstancias: «Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado».

Hace unos años, el ministro de finanza japonés vino a decir a decir que el coste de los ancianos es muy alto y les pide que se den prisa en morir. También dijo algo parecido una alta dirigente económica mundial. La verdad es que el ministro y la dama se pasaron verbalmente, pero en realidad es lo que se está haciendo de manera solapada. No les dicen a los ancianos que se mueran, pero les quitan atención médica, servicios sociales y propician su abandono.

Cada día sale alguien diciendo que el sistema no es sostenible, con lo que está culpabilizando a los jubilados, que tienen que escuchar velada o claramente que están siendo mantenidos por el Gobierno, cuando quien los mantiene es la aportación que han hechos durante décadas, una especie de caja que se encargó de saquear un gobierno del pasado.

Que lo digan claro, para que al menos podamos elegir el sitio en el que queremos morir. Estamos envueltos en una superposición de mentiras que conforman juntas la gran mentira de nuestra civilización, que empieza a romperse a la misma velocidad que los hielos polares. Físicamente este planeta va a estallar en cualquier momento, moralmente ya ha estallado.