Opinión

Mujeres en la ciencia

Mujeres en la ciencia

Las jóvenes francesas no pudieron acceder hasta 1879 a la educación secundaria. En España, el derecho a la formación de las niñas se reconoció antes, pero era distinto a la de los niños, y así se mantuvo hasta el siglo XX.

Ellas tenían que aprender lo que se llamarían los conocimientos «propios de su sexo», es decir, labores, higiene doméstica, mientras que sus compañeros varones estudiaban física, historia, industria o comercio. La idea generalizada en toda Europa era que la educación de las niñas debía adaptarse a sus menores capacidades con respecto a los hombres. Algunas pudieron incluso ir de oyentes a las clases de Cambridge, pero no obtenían título, algo que llegó tras la I Guerra Mundial.

Este martes, además de San Valentín, se ha celebrado el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Una fecha que sirve para recordar la enorme brecha que sigue existiendo entre hombres y mujeres en el campo científico.

Efectivamente, cada vez hay más mujeres dedicadas a la ciencia, pero como ponen de relieve muchas voces, mayoritariamente  están escoradas hacia la salud, es decir, los “cuidados”. Y precisamente por la feminización de la medicina o la enfermería estas profesiones han ido precarizándose, un patrón que se dio también en la docencia.

Las mujeres son casi una rareza en las carreras técnicas, y más rarezas aún cuando se comienza a escalar en la vida profesional. La mecanización de estos conocimientos  olvida la necesaria compatibilidad de la vida laboral con la personal.

La maternidad dificulta el desarrollo de una carrera científica pensada para varones. Por eso sigue siendo necesario recordar cada año que no solo se trata de incentivar la vocación científica entre las jóvenes, porque su visión aporta la mirada de la mitad de la población, sino que también es necesario cambiar las reglas para que no se discrimine por ser mujeres a quienes dan ese paso.