Opinión

Todo son mentiras

Todo son mentiras
Sabemos que la política tiene mucho de arte escénica, y son comprensibles los juegos que se establecen para alcanzar el poder o conservarlo. Pero se supone que esa búsqueda del poder es un medio para tratar de llevar adelante un proyecto colectivo; lo que ya no es de recibo es que el juego político (a menudo con trampas de fulleros) se convierta en la única actividad que ocupe las horas y las energías de quienes son depositarios de la confianza a través del voto.

El 26 de septiembre de 1960 cambió la manera de hacer política el primer debate electoral televisado entre candidatos a la Casa Blanca; se enfrentaron JFK, aspirante demócrata, y Richard Nixon, vicepresidente del saliente Eisenhower, y casi cantado el siguiente ocupante del Despacho Oval. Pero la elegancia de JFK, su traje cortado a la última, su sonrisa envolvente y el dominio del espacio escénico hicieron que Nixon, el supuesto ganador, desapareciera del mapa. Según los biógrafos de ambos, pocos de los que esa noche cambiaron su voto a favor de JFK recuerdan cuál fue el argumento político, económico o social que les influyó; fue la puesta en escena, la imagen, y, por si fuera poco, salía en los reportajes junto a una Jackie arrasadora. Nixon perdió en una noche toda la ventaja que acumulaba.

Y ya fue así a partir de entonces en todo Occidente, la imagen pesa mucho, y, por desgracia, la política se ha convertido en un esmerado trabajo para iluminar la imagen del líder o la lideresa, al tiempo que resulta vital opacar o ensuciar la de los oponentes. Por ello, los medios de comunicación, en lugar de ser lo que fueron en un principio (El Cuarto Poder), han pasado a ser voceros de una línea política y económica, que engancha con determinadas fuerzas políticas. Las políticas de comunicación han pasado a tomar la cabeza del pelotón, y ya es casi menos importante qué se nos vende que la manera de hacernos llegar el mensaje. Por eso es frecuente oír frases como que tal gobierno no ha sabido trasladar a la ciudadanía lo bien que lo ha hecho.

Y ahora estamos en un batiburrillo de políticas comunicativas que son las que al final siempre se llevan el gato al agua. Sabemos de la guerra de Ucrania, que tanto nos está afectando en todos los órdenes, lo que quieren que sepamos, y la impresión es que se pasan el día improvisando. Montan un festival mediático con la Cumbre de la OTAN en Madrid, porque se trata de subir la moral a los propios y añadir opiniones a favor, como si fuera necesario armar semejante circo, cuando lo que vaya a salir de eso que llaman refundación ya lo saben. Es una puesta en escena, aunque cueste millones y bien pudieran resolverlo por teléfono o videoconferencia (que es así como ya lo habrán hecho). A Madrid acuden a firmar y a salir en los medios, que es lo que cuenta.

Por aquí andamos igual. Nadie sabe por qué Sánchez Cambió la política española con respecto al Sahara y Marruecos, pero está claro que es una nueva improvisación. ¿Estaba en las conversaciones con el Rey de Marruecos alguna frase que pueda explicar la masacre de subsaharianos que se ha perpetrado en la frontera de Melilla y la zona marroquí de Nador? Encima ocurre en las inmediaciones del Monte Gurugú, de sangrienta memoria en la Guerra de África de hace un siglo. El ministro Albares es como una sombra difusa que no cambia de expresión facial pase lo que pase; hombre, ya que se trata de un juego escénico, ponga algo de su parte, señor ministro, que un día de estos se va a quedar dormido mientras habla.

Si el argumento es siempre pura improvisación y la puesta en escena encima es lamentable, no irán a pretender que nos creamos las historias que nos cuentan. Y pasa lo mismo con lo que llaman extrema derecha o extrema izquierda. Tampoco los nacionalismos, que ya sabemos a qué juegan vascos y catalanes (todo tiene un precio en dinero);  Están casi todas las cartas boca arriba y aun así intentan contarnos milongas. Ni unos ni otros, Kennedy por lo menos sabía vestir y sonreía, y con esa imagen tan espléndida casi nos hace volar por los aires durante la crisis de los misiles en Cuba. Pues si no nos creemos ni a JFK, menos vamos a creerlos a ustedes.  Ni siquiera saben mentir. Digan que la cosa se les ha ido de las manos,  y no sigan tratando de liarnos con mentiras que, como en este caso, se ven de lejos porque, ya saben, los números son tozudos.