Opinión

Cree el ladrón que todo el mundo es de su condición

Cree el ladrón que todo el mundo es de su condición
Vengo dándole vueltas desde hace días a la cantinela con la que el Partido Popular, su entorno y sus medios afines han tratado de contrarrestar los efectos del conocido como “caso de las mascarillas”, que afecta al Ayuntamiento de Madrid.

Un argumentario basado en la estrategia del  “y tú más” –en referencia al PSOE, por supuesto– con el que los populares han intentado sacudirse de encima la mancha de la corrupción, aun siendo conscientes de que superar los récords en dicha materia batidos por los inquilinos de Génova 13 resulta bastante difícil, por no decir imposible.

El escudo con el que se defienden de los dardos de la crítica disparados por los adversarios políticos y también por una parte de la opinión pública, y la publicada, es el de airear a los cuatro vientos la imputación de tres directores generales de los ministerios de Sanidad y Hacienda del Gobierno de España que ha decidido un juzgado de Madrid por presuntas irregularidades en unos contratos de suministro de material sanitario durante el período más duro del azote provocado por la covid-19. La actitud misma les delata y aun así parece como si les importara tres pimientos. Total, si después de cuanto se ha ido destapando a lo largo de las dos últimas décadas, la formación política que fundara Aznar, bajo los auspicios de los herederos del franquismo, ha sobrevivido, y controla importantes administraciones públicas a lo largo y ancho del territorio patrio, es de deducir que no hay escándalo que pueda con ella. Más bien cabría decir lo contrario, que lo que no la mata la hace más fuerte.

Con la retahíla sobre dicha imputación vienen a reconocer que el asuntillo que ha pillado a Almeida de por medio no es moco de pavo y huele que apesta, pero en lugar de afrontarlo como deberían se contentan con difundir la idea de que el Ejecutivo de Sánchez y los socialistas lo han hecho mucho peor basando su discurso en medias verdades o falsedades completas. La estrategia del ventilador en cuyo empleo –ya lo hemos afirmado en más de una ocasión– son, sin duda, unos maestros consumados. Como les han cogido mangoneando, una vez más, aquí hay que someter a investigación a todo quisqui, sí, señor, porque, de acuerdo con su esquema de pensamiento y su moral, seguro que no hay quien no haya aprovechado la oportunidad para mangonear, más o menos. Cree el ladrón que todo el mundo es de su condición.

Lo que no cuentan ni desde el Partido Popular, ni desde su entorno, ni desde sus medios afines, es que la gran diferencia que existe entre el susodicho caso de las mascarillas y el caso de los directores generales de Sanidad y Hacienda imputados es que el primero sale a la luz como consecuencia de la alerta que emiten los controles del sistema bancario, ante los sospechosos movimientos de grandes sumas de dinero que protagonizan los dos comisionistas de turno, y el segundo es producto de una denuncia de Vox, partido político con un largo currículum de mentiras y bulos que, en opinión de un servidor, no merece credibilidad alguna.

A los señores Luceño y Medina los sorprenden con las manos en la masa, metiendo el botín en la saca, después de estafar al Ayuntamiento de la capital, y el señor alcalde, una vez concluida la operación, ¡hasta les da las gracias! ¡Quieren hacernos creer los responsables municipales de Madrid que se la colaron y ni se enteraron! ¡Como si la compra fraudulenta realizada desde la institución no hubiera sido supervisada y autorizada por nadie! ¡Ni que fuéramos tontos!

Ignoro qué recorrido tendrá la causa de los contratos efectuados desde la administración central del estado, pero, a tenor de lo que hasta ahora se sabe, no se le achaca a ninguno de los implicados enriquecimiento ilícito alguno, sino solo anomalías en la tramitación que –a menos que se demuestre lo contrario– sí podrían explicarse debido a las circunstancias difíciles y excepcionales derivadas de la pandemia que se vivieron en este país allá por marzo de 2020. Lo de Luceño, Medina and company, en cambio, me da a mí que no hay Dios que lo explique ni lo justifique…