Marina, junto a parte de la expedición de regreso
Marina, junto a parte de la expedición de regreso

La honda huella humanitaria de Algeciras en la frontera polaca de Ucrania

La honda huella humanitaria de Algeciras en la frontera polaca de Ucrania
Dejar todas las comodidades del día a día, emprender un viaje incierto y desgastador, emplear tiempo y capital, incluso perder tu empleo para tratar de hacer algo ante un éxodo de guerra sin precedentes desde la Alemania nazi. Es la experiencia vivida en los últimos días por un buen puñado de algecireños.

José Manuel Zurita, un militar veterano que actualmente trabaja como camionero en una empresa del Cortijo Real, no lo dudó una mañana, cuando escuchó en la radio del coche el relato de la tragedia ucraniana. En su caso, el permiso de paternidad de que gozaba le daba la coartada perfecta, así que se puso manos a la obra. Su experiencia militar en Mostar, Iraq y Afganistán eran una baza a su favor, así que se dispuso a recoger fondos de familiares y amigos y a través de redes sociales. El objetivo era alquilar una furgoneta para plantarse en la frontera polaca y traer refugiados a España.

"En menos de 24 horas, ya teníamos cubierto todo el coste. Se volcó toda Algeciras y eso fue un boom. También me ayudaran para el gasoil, que se me iban más de mil euros; para los alojamientos en los hoteles a la vuelta, porque a la ida dormía en la furgoneta; y para comer por el camino". Ya habiendo emprendido el viaje, el periodista Cándido Romaguera le hizo una entrevista para Radio Algeciras. Esa comunicación fue el detonante de que los cuatro policías locales de Algeciras que se habían decidido a emprender el viaje contactaran con él, que para entonces ya se encontraba en Estrasburgo.

Pocos días después del viaje de los cinco algecireños, Marina Sánchez, una joven camarera algecireña, terminaría también por decidirse a emprender la expedición por su cuenta. Su detonante fue una historia cercana, la de un amigo que tuvo en acogida a un niño ucraniano años atrás, y que tras estallar la guerra no conseguía localizarlo. Finalmente, pudieron saber que estaba vivo, y que le habían dado un arma para defender su ciudad como un soldado más. Marina pensó que tenía que hacer algo por aquellas familias que huían. Comenzó a hablar con otras personas interesadas, y en cuestión de horas se formó un grupo de nueve personas con cinco furgonetas y una autocaravana. Entre ellos, gente de Tarifa, Algeciras o El Puerto de Santa María. La mayoría, mujeres.

El caso de Cristóbal Cabello, secretario de la asociación Niños de Ucrania y Andalucía, era más directo. La niña que acoge todos los años en su casa de Algeciras permanece aislada en una aldea del norte de Ucrania ocupada por las tropas rusas. Pero, a pesar de la imposibilidad de sacarla, decidió emprender el viaje junto al vicepresidente del colectivo para repatriar a otras familias de refugiados. El algecireño pudo cuadrar el viaje gracias a que es autónomo. "Lo que he hecho ha sido ir amontonando trabajo, que me estaba esperando a la vuelta". Ya han sido dos las veces que Cristóbal se ha desplazado a la frontera polaca.

Organización

Una de las primeras cuestiones que tuvieron que plantearse estos grupos improvisados de ayuda humanitaria era cómo organizar el viaje, la logística, el contacto con los refugiados. Marina y sus acompañantes fueron resolviendo estas cuestiones sobre la marcha. Salieron el 11 de marzo con sólo el contacto de una familia. Dos compañeras se habían quedado organizando desde casa toda la logística. En el propio viaje fueron tomando contactos a través de referencias y de las redes sociales, y se los iban pasando a las compañeras, que se encargaban de formalizar la cuestión legal y de averiguar cuántas personas eran en cada caso y en qué zona de la frontera se encontraban. No era fácil, porque eran nueve voluntarios para cinco vehículos. Mientras unos conducían, a otros les iba tocando avanzar en las gestiones con el teléfono móvil. Para ello, se iban turnando entre vehículos, lo que hizo que Marina recorriera al volante y en solitario buena parte de los 3.750 kilómetros que separan Algeciras de la frontera polaca.

Zona de refugiados en la frontera polaca
Zona de refugiados en la frontera polaca

En el caso de Cristóbal, el procedimiento fue más rápido. El contacto con las monitoras de la asociación en Ucrania les permitió realizar desde Algeciras todos los trámites, hasta reunir a un número de familias suficiente para llenar un autobús que ya estaba fletado en la zona. "Fue de un día para otro. Al día siguiente, tuvimos que salir para allá de prisa y corriendo", relata. "Nos avisaron de un día para otro de que había posibilidad de aprovechar un corredor humanitario antes de que se cerrara, y efectivamente ya empezaron a bombardear los corredores e invadieron más zonas de donde se podía salir". Cristóbal y José Antonio Liébana hicieron en avión los dos viajes de ida, para traer a grupos de refugiados en autobuses fletados para la vuelta.

Otra cuestión era la organización ya en tierras polacas. José Manuel Zurita había llegado un día antes a Cracovia, donde esperó la llegada de los cuatro policías locales algecireños y un acompañante de Marbella, que se produjo a la mañana siguiente. "Aprovechamos las virtudes de cada uno para hacer un equipo conjunto, y yo aportaba mi experiencia militar en la ayuda humanitaria con niños", explica. "Había que ir a Varsovia, a Lublin y a varios puntos en la frontera, así que decidimos dividirnos en binomios". Gracias a los contactos con la asociación Niños de Ucrania, fueron localizando a familias en distintos puntos. Para organizar aquel trabajo humanitario, decidieron crear un punto de control en un hotel, al que fueron llevando a los refugiados.

Por su parte, Marina y sus acompañantes se alojaron en un punto intermedio de la frontera polaca. El objetivo era encontrar un lugar que estuviera cercano a los distintos puntos fronterizos en los que debían recoger a las familias. "Nos llevamos a la dos primeras familias al hospedaje. Nos cuadramos para que no tuvieran que esperar en zonas de refugiados. Nos dividimos, unos fuimos a un campo de refugiados y otros a otro".

La rapidez con la que Cristóbal y José Antonio hicieron sus gestiones les permitió una gestión más directa sobre el terreno. Una vez aterrizados en Polonia, se dirigieron en taxi a pie de frontera, donde ya les esperaban las familias.

"No oyes ningún llanto. Sólo el silencio"

Una vez en las fronteras o en los campos de refugiados, estos voluntarios algecireños se encontraron con el mudo espanto de la guerra. "Es escalofriante. Ves las miradas perdidas, los niños encogidos, algunos niños jugando, que no relacionaban lo que estaba pasando. Pero veías las caras de las mamás y te dabas cuenta de que estaban perdidas", explica José Manuel Zurita.

José Manuel relata que "lo primero es la actitud y la inseguridad. En las guerras en las que había estado, los refugiados estaban en sus núcleos familiares con sus papás. El problema de este conflicto es que van las mamás con los niños. Los papás están en el frente. La figura del padre, que transmite seguridad y confianza, no estaba. Tenían mucha inseguridad. No sabían si venirse con nosotros. Tuvimos que hacer mucho trabajo psicológico para dar tranquilidad. Es un caos, porque no saben a dónde van. Ellos estaban en la frontera, pero seguían con un hilo de esperanza de poder volver a su casa, tenían necesidad de tener que salir, pero también de que todo terminara".

Campo de refugiados improvisado en un centro comercial proximo a Leopolis
Campo de refugiados improvisado en un centro comercial próximo a Leópolis

"Lo que más impresiona es que estás viendo lo que son las familias con niños pequeños, que los llevaban en brazos y en carritos. Lo que tú no oías es ningún llanto ni ningún grito, sólo silencio. Las madres tirando de una maleta en la que llevaban toda su vida. Lo curioso es que no veías a nadie de llorar", recuerda Cristóbal. "Había muchísimas personas saliendo, muchas también que había allí que eran familiares esperando a estas criaturas".

Marina se encontró con distintos paisajes en los diferentes puntos fronterizos a los que acudió: "La frontera que está justo enfrente de Leópolis sí era un campo de refugiados grande, con muchísimas camas y muchísimas personas agolpadas. En Zosin era diferente. Nosotros entramos sólo en el grande. Casi todas eran mujeres con niños. Físicamente, la mayoría se encontraba bien, había gente en silla de ruedas o en muletas. La mayor parte, como la invasión había sido reciente, estaban bien alimentados. Pero anímicamente estaban cabizbajos y asustados. Había gente que salía por precaución, porque su ciudad había sido atacada y estaban asustados, porque veían la guerra cada vez más cerca de su casa. La familia que yo me traje sí que se había quedado sin casa. Su pueblo estaba destruido, cerca de Kiev. Ellos llevaban ya tres días en el campo de refugiados".

Las familias reunidas por Marina y sus acompañantes eran personas que tenían contactos en España. "Ya no teníamos más, y nos sobraban huecos. Así que en el campo de refugiados dijeron por megafonía que estábamos los voluntarios españoles y entonces apareció la familia que yo me he traído, una abuela, una madre y un hijo que no tenían ningún contacto en España".

Jose Manuel, junto a algunos de los repatriados
José Manuel, junto a algunos de los repatriados

Todos coinciden en hacer una misma denuncia: "Allí no ves a ninguna ONG. Sólo se ven voluntarios de todos los países de Europa, y furgonetas y autobuses a miles fletados por particulares". José Manuel Zurita subraya al respecto: "Me decían que estaba loco, que era mejor donar el dinero a las ONG. Pero cuando llegas allí, te das cuenta de que no hay nadie para ayudarles".

El viaje de vuelta

José Manuel Zurita y los cuatro policías locales algecireños lograron reunir a 22 personas, entre madres y niños, algunos de ellos, bebés de meses. Cristóbal y José Antonio han hecho ya dos viajes de vuelta en autobús con 85 personas. Marina y sus compañeros, por su parte, consiguieron reunir a 24 personas.

En todos los casos, el trabajo ahora era gestionar con la mayor humanidad posible el viaje de vuelta. Los expedicionarios por carretera habían hecho todo el viaje de ida durmiendo en las furgonetas, pero a la vuelta había que tratar a los refugiados con más dignidad. 

José Manuel Zurita explica cómo "las reubicamos en el hotel por familias, con mucho espacio, nada de atosigar. Al día siguiente, hicimos los mismos binomios, montamos a las familias, emprendimos el viaje, y ya fuimos haciendo puntos. Mi mujer, Alicia, se encargaba desde casa de calcular los sitios para comer y para dormir. Una vez allí, ya nos encontrábamos con todo reservado y pagado".

El viaje de vuelta suponía tres días de carretera. Un tiempo en el que los vínculos entre voluntarios y refugiados se fueron fortaleciendo. "El vínculo es muy muy difícil", explica José Manuel. "Hay que darles espacio y tiempo. Yo, cuando les miraba por el retrovisor, agachaban la cabeza. No querían que los mirara. Lo que hice fue poner un trapo en el espejo, para no incomodarles. Eso fue el primer día, pero ya el segundo día y el tercero fue espectacular. A mí una de las mamás, me puso el bebé en mi hombro. Y cuando llegamos a España ya fue espectacular. Ahí ya reventaron".

Marina relata cómo "al par de horas, ya te están abrazando y dándote besos. Los niños no te sueltan. No se separan de ti y empiezan a estar más relajados. Empiezan a comer y a mostrar su agradecimiento. La familia que yo me he traído iba en principio a una casa de Madrid, pero al saber que íbamos a Cádiz, querían venir conmigo. Hemos conseguido ubicarlos en la casa de la Cruz Blanca de Algeciras".

Marina, con uno de los niños ucranianos repatriados
Marina, con uno de los niños ucranianos repatriados

"Al día siguiente de conocernos, los niños vienen a despertarnos a nuestras habitaciones, nos dan regalos, para darnos las gracias de la forma que pueden. Quieren hacerse fotos con nosotros. No nos entendemos, porque no hablan inglés y sólo mirándonos, cogiéndonos la mano. Se nos saltan las lágrimas, sin hablar", explica la joven algecireña.

"En ningún momento les he visto la cara triste. También porque van con su madre. No venían especialmente desolados. Ha habido ratos en los que lloraban, y era porque les contaban que estaban bombardeando su ciudad. No me los esperaba así, con un carácter tan alegre", relata.

Todos coinciden en destacar la solidaridad y la humanidad que se han ido encontrando por el camino. No sólo en la frontera, donde hay muchos puestos de voluntarios ofreciendo comida y bebida, sino en cualquier parte de Europa donde paraban. Cristóbal narra cómo "en Polonia, sólo pagábamos lo nuestro, lo de ellos no. En Francia, tanto en el primer viaje como en el segundo, paramos en un hotel que es propiedad de un ruso y cuando llegamos los niños estuvieron comiendo y bebiendo lo que quisieron sin pagar nada. Después del pueblo vinieron dos personas con bolsos cargados con ropa, chocolatinas, caramelos para los niños, hicieron una colecta de dinero. Después, a la hora de irnos nos dieron ropa, nos dieron los bocadillos. El pueblo, maravilloso. Hasta nos recibió el alcalde".

Todos los refugiados repatriados por los algecireños ya están reubicados en distintos puntos de España. "Incluso hemos recibido acogimientos de personas que han ofrecido sus casas. Hay una familia que se ha ido a recoger la fresa a Huelva, porque ofrecían tanto el acogimiento como el trabajo", cuenta Cristóbal Cabello.

Jose Manuel, junto a parte de su expedición de regreso
José Manuel Zurita, junto a parte de su expedición de regreso

La historia de estos algecireños es la historia anónima de miles de personas que en estos días ha decidido aportar algo ante una tragedia humanitaria. En el camino, todos dejan algo, como José Manuel, que empleó los primeros días del nacimiento de su hijo para ayudar a niños de la otra punta de Europa. O como Marina, que comprometió incluso su situación laboral: "He perdido el trabajo, porque no me compensaba por la cantidad de días que trabajaba".

La huella de estos algecireños es la de un trocito de humanidad que nos hace no perder la esperanza en el ser humano ante la barbarie que la población civil ucraniana sufre en estos días, al igual que la de tantos otros conflictos bélicos. Cristóbal Cabello avisa de que "habrá gente que se harte de que estén aquí. Ya se empiezan a escuchar voces. Hay gente que no es capaz de ponerse en la piel de estas criaturas".

Autobus del segundeo viaje de Criistobal
Autobús del segundo viaje de Cristóbal

Cristóbal ha traído ya a 85 personas, pero no será el último viaje que haga a la frontera polaca. Sigue esperando noticias de su hija de acogida, que se encuentra atrapada en la zona norte del país, ocupada por las tropas rusas: "La idea es salir zumbando para allá en el momento en el que los niños puedan salir, en cuanto vea la posibilidad de que pueden venir".

La honda huella humanitaria de Algeciras en la frontera polaca de Ucrania