Pétalos
Los pétalos tiñeron esa tarde
la sombra del campanario de grana
enmudeciendo el húmedo palique
que sin tapujos mantienen las ranas.
El viento se detuvo de repente
dejando en ascuas a la altarazana
para mostrarle la altura del monstruo
a un quieto don Quijote de la Mancha
que no encontró razón en su discurso
con el que aleccionar a Sancho Panza.
Las palomas se ausentaron del cielo
y no se oyó el batir de sus alas,
ni el paciente zureo de sus voces,
ni el color de su plumaje en la plaza.
De terror se vistieron las palmeras
y plañieron de luto las campanas
y sentimos todos los corazones
mordidos por el frío de la espada,
por la intransigencia de la demencia
que no entiende del don de la palabra,
por la crueldad sin medida de un hombre
que sembró de desvelos nuestras camas.
Jamás olvidaremos esa tarde
en la que perdimos toda esperanza
de que el tiempo no se hubiese parado
con el sinsentido de la guadaña
para sembrar en nuestros pensamientos
el encono, la impotencia y la rabia,
mas hemos abierto durante siglos
y seguiremos abriendo la casa
aunque nos sometan a tales pruebas
personas sin luces, caridad ni alma.