Opinión

¿Cambio de ciclo?

¿Cambio de ciclo?

Hay análisis para todos los gustos después de cada cita con las urnas. Digamos que, como las opiniones, se distribuyen a la carta, a gusto del consumidor. Y el caso de los últimos comicios autonómicos celebrados en Castilla y León el 13 de febrero no iba a ser una excepción.

Aun así, un servidor –el que les escribe– ha hecho un esfuerzo por efectuar su propia valoración sobre lo sucedido en la comunidad castellano-leonesa el pasado domingo, desde el punto de vista electoral, como no podía ser de otra manera. Valoración que coincide en mayor o menor medida con algunas de las que se han vertido a lo largo de esta semana y que es la que sigue:

Suele ocurrir que en cada proceso electoral que se celebra en este país todas las candidaturas que participan, o casi todas, tienden a proclamarse ganadoras o, al menos, a no reconocerse nunca como perdedoras, por muy mal que les haya ido. Y en el proceso electoral al que nos estamos refiriendo, efectivamente, ha pasado, una vez más, otro tanto de lo mismo. (Algo más que comprensible desde el punto de vista humano, tanto a nivel individual como grupal. La vida debe afrontarse siempre con optimismo y es mejor ver la botella medio llena que medio vacía, por una simple y pura cuestión de supervivencia).

El Partido Popular se proclama como vencedor de la contienda, y no sin razón, habiendo sido la fuerza política más votada, pero la realidad es que no ha conseguido el objetivo que perseguía, sino todo lo contrario, porque se ha puesto en un brete, ha empeorado su situación estratégica y su pírrica victoria puede ser considerada, se mire como se mire, un rotundo fracaso de cara al futuro.

En el bando socialista, aunque su candidato se sienta el hombre todavía algo contrariado, de puertas para adentro se muestran aliviados porque no han encajado una goleada.

Ciudadanos se consuela porque todavía no ha desaparecido del mapa. Los provincialistas y los regionalistas están que flipan y muy ilusionados con sacar algo de tajada para sus territorios en la próxima legislatura, si es que arranca. Los de Abascal, por su parte, con su habitual bravuconería, están que provocan hasta miedo. Y, por último, los de Podemos, erigiéndose en esa excepción que confirma la regla, son los únicos que han hecho en público acto de contrición, aunque se mantienen en sus treces y no parecen entender que hay un sector muy mayoritario de la sociedad que no compra su discurso por muy bonito que suene.

Para distraer la atención, desde el PP no para de proclamarse que el gran derrotado de estas elecciones fue Pedro Sánchez y, por tanto, también el PSOE, como si en vez de una convocatoria autonómica se hubiera tratado de una de carácter general, y como si Pablo Casado, por el contrario, hubiera sido el gran triunfador de la jornada. Sin embargo, y aun admitiendo que esta no es la única lectura que puede hacerse de los resultados, lo cierto es que, pese a ganar, los populares salieron malparados del lance y los socialistas, en cambio, airosos, teniendo en cuenta cuáles eran las expectativas con las que concurrían unos y otros y dejando aparte las vanas esperanzas que a última hora pudieran insuflar las encuestas del CIS.

Yo creo que en el PSOE pueden darse con un canto en los dientes y considerarse incluso satisfechos. Después de ser el más votado en 2019 y quedarse con la miel en los labios, Tudanca no estaba ni está el hombre para fiestas, pero la verdad es que salvó los muebles, logrando un honroso segundo puesto, a apenas poco más de un punto de diferencia con el primero.

Si no me equivoco, hay, entre otras, tres conclusiones importantes que cabe extraer, en clave nacional, de estas elecciones en Castilla y León: 
La primera: que las dos formaciones que integran la coalición que sostiene al Gobierno central –PSOE y Podemos– han aguantado el arreón, a pesar del desgaste producido por los efectos de la terrible pandemia de los dos últimos años, la crisis económica, la subida escandalosa del precio de la luz, que la oposición ¬–con premeditación y alevosía– ha tratado de atribuirles sin mucho éxito, y el cerco político y mediático al que, con gran derroche de malas artes, la bancada de la derecha las ha sometido desde el día mismo de la investidura. 

La segunda, que el inminente cambio de ciclo político en este país con el que algunos soñaban de momento solo es un espejismo, puesto que, tras las generales de 2023, Sánchez podría continuar al frente del ejecutivo, incluso aunque los socialistas consiguieran menos escaños que los populares. 

Y la tercera, que el peor enemigo que tienen los de Casado no está a su izquierda, sino a su derecha, o quizá sobre sus espaldas, que es Vox y que, cuando antes entiendan esto, mejor para ellos y mejor para España….