Opinión

Pido la paz y la palabra

Pido la paz y la palabra

En contra de lo que escribiera Clausewitz, la guerra no es la continuación de la política por otros medios, es, como dijera no sé quién, con mucho acierto, el fracaso de esta. Y en el caso del conflicto que se vive en Ucrania está claro que la política, por desgracia, ha fracasado, una vez más. 

La antigua república soviética, agredida nuevamente por el ejército ruso, es parte de esa Europa que ha servido de tapete para los devaneos y simulacros bélicos entre Estados Unidos y Rusia desde 1945 para acá.

No es que pretenda justificar yo la salvajada del tirano de Moscú, ni muchísimo menos, pero, si Ucrania no hubiera sido para los adalides militares del Pentágono y el Kremlim una mera parte del tablero en sus partidas de alta geoestrategia, no estaríamos hablando hoy de esta tragedia que pone en riesgo no ya solo la seguridad en este Viejo Continente, sino la estabilidad global. 

Más de un analista ha apuntado en los últimos días, y pensamos que con razón, que desde Occidente no se debía de haber animado a Ucrania a solicitar su ingreso en la OTAN, conociéndose cómo las gasta Putin, exagente del KGB formado en la mejor de las escuelas para autócratas del planeta, y sabiéndose que el riesgo de agresión podía ser real. Si Estados Unidos y la UE no tenían intención de recoger el guante y aceptar el duelo, para no afrontar males mayores, tal vez no debían de haber mantenido el pulso con este psicópata suicida hasta el final y haber explorado otras vías más inteligentes y sutiles para alcanzar sus objetivos, a menos que ignoraran completamente –cosa que no creo– con quién se la estaban jugando.

Aunque también es verdad que la ocupación de Crimea en 2014 y el estado de levantamiento de las dos provincias prorrusas de Donestk y Lushansk explican que el gobierno proeuropeo de Kiev haya procurado, por propia iniciativa y sin necesidad de que se le alentara, buscar protección en la Alianza Atlántica frente a lo que se veía venir.

Según parece, Zelenski se ha ofrecido ya a retomar el camino de la neutralidad, coaccionado, forzado por las circunstancias. Es una lástima que no considerara esta opción de forma más convincente semanas atrás con tal de evitar los daños que su país y su pueblo ya han sufrido. Para ese viaje de retorno al punto de salida que ahora plantea en la mesa de negociación no era necesario que se echara sobre los hombros tan pesadas alforjas.

En descargo del presidente ucraniano hay que decir, no obstante, lo que ya todo el mundo sabe, que Putin no es de fiar. Haber cedido en lo que se refiere al ingreso de Ucrania en la OTAN no habría supuesto ninguna garantía. Del mismo modo que la impasividad de las potencias europeas ante la anexión de los Sudetes y Austria por parte de la Alemania Nazi en 1938 no impidió el estallido de la Segunda Gran Guerra un año más tarde.

La ambición de Hitler, producto de su megalomanía, era insaciable y la del presidente de la Federación Rusa, en su papel de nuevo zar del siglo XXI, se le asemeja mucho.

Me sorprendió la tibieza de las primeras sanciones que desde Bruselas se adoptaron para presionar al régimen moscovita y me ha alegrado que las siguientes que se han tomado hayan ido mucho más lejos. Es comprensible que los gobiernos de los principales países europeos hayan desistido de una intervención directa para eludir el estallido de una conflagración a nivel mundial. Hay quien, con demasiada ligereza, lo ha reclamado, obviando que no es tan sencillo apostar por una decisión de tal calibre, teniendo en cuenta lo terrible que podrían llegar a ser sus consecuencias.

Todavía hay esperanzas de que pueda imponerse un alto el fuego, si las conversaciones que se han emprendido fructifican, pero no debemos engañarnos, Putin continuará siendo una amenaza para la humanidad mientras ostente el poder y, por tanto, la única alternativa para disipar dicha amenaza es, aunque suene políticamente incorrecto, eliminarlo de la ecuación lo antes posible.

Entretanto, la mayoría de los mortales de este orbe que no tenemos mando en plaza poco podemos hacer, aparte de reivindicar, como Blas de Otero, la paz y la palabra…