Opinión

Ser optimista o pesimista, he aquí la cuestión

Ser optimista o pesimista, he aquí la cuestión

No sorprende que los organismos internacionales y los expertos en la materia pongan en duda el proyecto de los presupuestos generales del Estado para 2023. Ni que lo haga la oposición. Forma parte del guion, son gajes del oficio. Como no sorprende tampoco que, para denostarlo y desautorizarlo, se insista en que no es realista.

Y digo que no sorprende esto último porque no deja de ser una obviedad. Todos los presupuestos, y los estatales también, no son más que previsiones de ingresos y gastos, y ya sabemos que las previsiones raras veces se cumplen al cien por cien. Es más probable que acierte en sus vaticinios el CIS, con Tezanos al frente, que el ministerio de Hacienda con sus avances contables respecto al año venidero.

Me temo que los opositores de la derecha exageran, y lo hacen ateniéndose al papel que les toca representar en el teatro de la política nacional, aunque, eso sí, sobreactuando en demasía y sin tener en cuenta, a pesar de que lo saben, que ante una situación excepcional se han de tomar medidas excepcionales.

Lo normal es que en cada ejercicio se produzcan desviaciones presupuestarias y no lo contrario. Si echamos una mirada atrás y analizamos los datos disponibles podemos comprobar que el grado de ejecución de lo que se presupuestó durante los años que Mariano Rajoy encabezó el Ejecutivo nunca alcanzó cotas como para sacar pecho.

No hubo un año, durante el período en el que el señor Montoro estuvo de ministro del ramo, en el que no se dieran desajustes entre los ingresos esperados y los que finalmente recibieron las arcas públicas, hasta el punto de que en 2012 el desfase superó los 9.000 millones de euros, que no es moco de pavo.

Aunque es verdad –todo sea dicho– que el récord en cuanto a desviación lo ostenta el Gobierno de Zapatero, como consecuencia de la grave recesión de 2008, que hundió la recaudación fiscal, con una pérdida de hasta 30.000 millones, tras unos años, los anteriores, en los que, con el boom inmobiliario, Hacienda se embolsó mucho más de lo previsto, en aquella etapa en la que, según el entonces presidente socialista, España jugaba en la “champions ligue” de la economía europea.

Salimos de una pandemia que ha azotado al mundo en su totalidad –la crisis sanitaria más trágica a la que se ha enfrentado la humanidad en los últimos cien años–; sufrimos la erupción del volcán de la isla de La Palma y ahora, al tiempo que nos apura la emergencia climática, vivimos las consecuencias de un conflicto bélico en el corazón del Viejo Continente que puede incluso derivar –Dios no lo quiera– en una guerra nuclear. En definitiva, un panorama un tanto desolador que solo genera incertidumbres y poca o ninguna certeza, excepto que la cosa parece que tenderá a complicarse algo más.  ¡¡¡Y, aun así, todavía hay quien reclama que las señoras María Jesús Montero y Nadia Calviño sean infalibles cuando de esa sobrenatural exigencia está libre ya incluso el Papa!!!

Ante un escenario volátil, y, por tanto, cambiante, no queda otra que improvisar, y continuar improvisando, tácticas, estratégicas y hasta objetivos, al menos los del corto plazo. Ya lo dijo el muy lúcido Stephen Hawking, “la inteligencia es la habilidad de adaptarse a los cambios”.

La otra cantinela a la que se ha abonado la oposición para decantar de su lado el debate económico es la relacionada con el tema del déficit y el endeudamiento, todo un clásico. Claro que tampoco tiene mucho más argumentario del que tirar, dado que hasta el momento –toquemos madera– la economía está aguantando con entereza las tensiones y los embates de una coyuntura muy tempestuosa, inflación aparte.

En cuanto al déficit presupuestario o fiscal, es cierto que se incrementó notablemente en el ejercicio de 2020, hasta el 10,13 por ciento del PIB, como consecuencia del esfuerzo ingente que se tuvo que afrontar para sostener a empresas y trabajadores en lo más duro de la calamidad provocada por la covid-19, pero también es cierto que disminuyó en casi cuatro puntos en 2021 y que en lo que va de 2022 se ha reducido más de la mitad.

En cuanto a la deuda, es igualmente verdad que ha aumentado desde 2018 para acá, por las mismas razones que el déficit. Sin embargo, no está de más que se recuerde que los incrementos más elevados se produjeron durante los últimos gobiernos del Partido Popular, pasando del 69,9 por ciento del PIB en 2011 al 101,8 por ciento en 2017, con un diferencial de más de 30 puntos.

Ser sobradamente optimistas en un contexto como el actual puede ser irresponsable, pero también lo sería dejarse vencer por un exceso de pesimismo que no tardaría en contagiarse y producir una contracción más intensa de lo deseada en la demanda.