Opinión

La pesadilla que cambió nuestras vidas

La pesadilla que cambió nuestras vidas
Hay efemérides que no quisiéramos tener que recordar nunca, aniversarios que preferimos borrar de nuestras memorias porque nos traen a ellas recuerdos e imágenes que suponen un completo desasosiego por todo lo malo que nos han acarreado.

Hoy es 14 de marzo. Justamente hace dos años comenzamos a padecer las consecuencias de una pesadilla, en forma de pandemia, que ha cambiado nuestras vidas en todos los sentidos.

Cuando aquel sábado fue decretado el primer estado de alarma, los cimientos de una sociedad, que creíamos sólidos al máximo, comenzaron a tambalearse, y de buenas a primeras empezamos a acuñar términos y conceptos que nos eran completamente desconocidos: confinamiento, cierres, teletrabajo, actividades esenciales, mascarillas, gel hidroalcohólico, guantes, coronavirus y sobre todo dolor, mucho dolor.

Dos años después de aquella fatídica fecha, continuamos inmersos en la lucha contra la pandemia. Las sucesivas olas nos han ido golpeando, en ocasiones, con una violencia inusitada, y las peores consecuencias, sin duda, se han centrado en el número de algecireños que han perdido la vida a consecuencia de la enfermedad. La Covid-19 se ha cobrado 287 muertes, dejando hogares devastados por el dolor. Las víctimas y sus familias seguirán siempre en nuestros recuerdos.

Junto a ellos, los 19.294 algecireños que han logrado curarse de la enfermedad representan el mejor ejemplo no solo de la capacidad de superación del ser humano, sino de la magnífica labor que han realizado, llevan a cabo y continuarán ejerciendo los profesionales sanitarios. Si la sanidad pública siempre ha sido fundamental, sus valores y los del personal que en ella trabaja han quedado más patentes que nunca, y siempre serán pocos los que reconocimientos que reciban.

Fueron momentos en los que la solidaridad se desbordó a todos los niveles. Cuando escaseaban los materiales de protección, colectivos sociales se volcaron en la preparación de mascarillas para atender las necesidades de los más vulnerables, en el reparto y distribución de alimentos, en hacer más llevadero el confinamiento de nuestros niños, que nos han dado también lecciones de como superar y soportar esta situación, en definitiva, de volcarse con quienes más lo han necesitado. Y si cada día que pasa me siento orgulloso de esta tierra y de quienes la hacen grande a diario, recordando esos momentos la emoción me embarga y ese sentimiento de orgullo se engrandece hasta límites insospechados.

Pero esta pandemia no solo nos ha sumido en una crisis sanitaria sin precedentes. Sus efectos se han extendido al conjunto de la sociedad, haciendo tambalear los pilares de la economía, y lo que es más grave, generando necesidad entre sectores de la población que hasta el momento no habían necesitado del apoyo institucional nunca, pero en este sentido, me siento orgulloso de la respuesta dada por el Ayuntamiento de Algeciras, que no ha permitido que nadie quedase atrás, ni familias ni comercios, a los que hemos ayudado en todo lo que ha estado en nuestras manos, y lo volveríamos a hacer cuantas veces fuese necesario, aunque jamás hubiésemos querido dar este paso.

Hoy en día, cuando se cumplen dos años desde esa fecha, una jornada negra que siempre será recordada, vemos cada vez más cerca el final de ese túnel, pero no por ello podemos ni por un momento bajar la guardia. Queramos o no, tenemos que aprender a convivir con el virus, pero es cierto que poco a poco intentamos recuperar el terreno vital que nos fue hurtado aquel 14 de marzo de 2020, y regresar a una normalidad, a una cotidianidad que intentamos sea la más parecida a la anterior, y por ello, compartir con los nuestros esos nuevos momentos, porque los otros se fueron para no volver.

Pensamos ya en la Semana Santa, en nuestra Feria Real, en el verano, en tener de nuevo la posibilidad de hacer lo que siempre habíamos hecho: vivir. Nos lo merecemos todos, pero insisto: aunque estemos ganando batallas, y la vacunación ha sido un arma eficaz, la guerra contra la pandemia continúa, y sus efectos sigue afectando negativamente a empresas y trabajadores, como por ejemplo, los que operan en las líneas marítimas del Estrecho al mantener Marruecos cerradas sus fronteras. Con ellos estamos también, deseando que más pronto que tarde esta situación revierta y ellos también salgan de esta espiral negativa en la que están inmersos desde hace 730 días.

Pero también nos duele, y mucho, que cuando estamos intentando dejar atrás esta pesadilla, una nueva hecatombre sacuda nuestros corazones, y mueva nuestras conciencias. Me refiero a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, un conflicto de dimensiones internacionales que contraviene cualquier lógica, y a al que Algeciras no está siendo ajeno, puesto que una vez más está demostrando su solidaridad con el pueblo ucraniano, no solo en la distancia, sino también desde aquí, enviando ayuda humanitaria y acogiendo refugiados. La guerra se asemeja demasiado a una pandemia, por lo que todos esperamos que cuanto antes se aplique a las partes en conflicto la vacuna de la paz.

El dramaturgo y poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe dijo en una ocasión que el hombre que deja discurrir estérilmente es un insensato. Dejemos de lado esa insensatez y aprovechemos al máximo esta nueva oportunidad que nos brinda la vida, pero desde el prisma de la sensatez, de la concienciación, de mirar por nosotros, sí, pero de hacerlo también por los demás, demostrando una vez más la generosidad y la solidaridad que caracterizan a Algeciras y a su gente, a su buena gente.