Opinión

Agenda 2030. Menos predicar y más trigo

Agenda 2030. Menos predicar y más trigo
A estas alturas, ¿Quién no conoce de la existencia de algo que se viene llamando “Agenda 20-30”? Sonar, suena evidentemente, pero a las personas, en general dedicadas a resolver su día a día, parece que le viene algo lejano el asunto.

No obstante, sea porque quienes promovieron el documento, más bien declaración de intenciones, o sea por las personas que no les gusta la iniciativa, la “2030” no para de generar controversias que no paran de ser traídas y llevadas por los medios, redes y vericuetos del mundo mundial, bien para enaltecerla o bien para denostarla.

Pudiera parecer una película “de buenos y malos”. Los buenos, los de la agenda, los malos los de la contra-agenda. Pretender ir más allá de simplificaciones conviene situar esta “nueva iniciativa” en el conjunto de otras anteriores: a) Declaración y Programa de Acción de Estambul, que contiene la “Acción Acelerada para los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo”, el Programa de Acción de Viena en favor de los Países en Desarrollo Sin Litoral para el Decenio 2014-2024, o la Agenda 2063 de la Unión Africana y el programa de la Nueva Alianza para el Desarrollo de África. b) Agenda de Acción de Addis Abeba de la Tercera Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo (Agenda de Acción de Addis Abeba), aprobada por la Asamblea General el 27 de julio de 2015 (resolución 69/313).

Como se aprecia “Agendas” hay unas pocas. Igualmente conviene hacer referencia a lo poco que han avanzado multitud de iniciativas adoptadas por organismos mundiales para buscar soluciones a crisis de todo tipo en estos últimos 103 años. Hay que situarse en la creación de la Sociedad de las Naciones, como organismo internacional que se marcó como objetivo establecer las bases para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales una vez finalizada la Primera Guerra Mundial”. Noble empeño, en el que cabe preguntarse ¿alguien puede disentir?

No obstante el discurrir de estos 100 años de “cooperación internacional” permiten concluir que se iniciaron en el marco de uno de los mayores errores cometidos por las cúpulas de poder mundial al finalizar la primera guerra mundial: El tratado de Versalles. De hecho esta Sociedad de Naciones se mostró impotente para evitar el mayor desastre de la humanidad hasta el momento: la II guerra mundial y sus nefastas consecuencias.

Aun calientes las ruinas calcinadas y en el aire el hedor de tantos millones de muertos, en octubre de 1945 se crea la ONU (Organización de Naciones Unidas), que en brevísimos meses vio como daba al traste sus honorables empeños, comenzando la “guerra fría” entre los bloques creados por las elites en el poder: La OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte.) y en la parte contraria el Tratado de Varsovia.

Y en ese clima de confrontación, con amenazas nucleares incluidas, el mundo ha vivido y sigue en tensión geopolítica-militar-económica constante. Remitirse a los numerosos conflictos bélicos llamados “regionales”, genocidios incluidos, permite concluir que con este clima las lecturas de las “Agendas” parecen una minucia o una entelequia en cualquier caso.

Entre los loables objetivos de la 2030, aprobada un 25 de septiembre de 2015,  se encuentran: poner fin a la pobreza en el mundo, erradicar el hambre y lograr la seguridad alimentaria; garantizar una vida sana y una educación de calidad; lograr la igualdad de género; asegurar el acceso al agua y la energía; promover el crecimiento económico sostenido; adoptar medidas urgentes contra el cambio climático; promover la paz y facilitar el acceso a la justicia.

A pesar de que puede parecer que no es posible disentir de la conquista de estos logros, ya que serían un hito para la humanidad, hay, y no pocas personas, que se oponen a la agenda, por considerar básicamente que esconde oscuros intereses y forma parte de una conspiración contra la humanidad. Sea porque la inmensa mayoría de los medios e instituciones públicas y privadas apoyan la iniciativa, sea por quienes se oponen a ella, lo cierto es que a 8 años de su publicación el camino hacia la consecución de esos objetivos aún no se ha iniciado.

Y está bien pregonar, pero es evidente que lo que se anuncia sólo se consigue dando “trigo”. Y también es cierto que quienes manejan el orden mundial no están por la tarea y si por la escalada armamentística, si por la sobreexplotación de todas las fuentes de energía, desforestaciones masivas incluidas y si por el control de todas las cadenas alimentarias, sin importarle la “seguridad” ni el bien estar de las poblaciones.

Tampoco a estos potentados les importa en absoluto la esclavitud generalizada en el mundo, mediante controles dictatoriales en multitud de países que, unas veces a las bravas y otras mediante señuelos electorales, someten a las gentes a sus dictados y caprichos. Por otro lado las acumulaciones de plusvalía no cesan, sino que al contrario se multiplican. Y si evidentemente esa acumulación debe invertirse, para así ser compartidas por todos los pueblos, si de verdad se requiere para alcanzar los objetivos de la 2030, ¿De qué agenda 2030 se está hablando?

Los representantes de los países en la ONU entonan cantos de sirena, que no engañan a una ciudadanía que sabe que cada uno de esos objetivos de la 2030 representa un ataque frontal a los intereses de los potentados del mundo. Los guardianes, los mandatarios, del “orden mundial”. Un orden no sólo político-militar, sino esencialmente económico. Y si las realidades que se pretenden mejorar representan los productos de ese “orden mundial” ¿de qué Agenda se está hablando?

Porque la pobreza, el hambre, la deseducación “obligatoria”, las desigualdades de género y de clases, la apropiación privada del agua, la energía, los minerales, las masas forestales… los producen precisamente el sistema de producción capitalista que sustenta ese “orden mundial”. Que ha permitido, y hace aumentar, la acumulación de fortuna y poder en cada vez menos manos. No se sabe si son 100, 50 o 500, las “familias” poderosas pero, en cualquier caso, ante un mundo que se acerca a los 8 mil millones de seres humanos evidentemente esto no casa con la igual dignidad de todas y cada una de las personas que habitan el Planeta.

Lo del cambio climático ya es una evidencia que no se parará porque el tiempo, para evitar cruzar la línea sin retorno, se acabó hace varios años, aunque siempre se siembran esperanzas. Lo de la Paz y la Justicia, cada cual conoce un poco de la realidad y esta concienzudamente muestra un mundo en guerra, militar o económica, que igual da que da lo mismo, y si la violencia del sistema económico neoliberal se ceba en los pueblos ¿es posible invocar la justicia? Y si buscarla en España ya es una aventura puede imaginarse la desventura de hallarla en terceros mundos.

En definitiva buenos objetivos, sin duda. Igualmente cierto de que no se ponen los medios para hacerlos posibles. Porque ninguno de los países que aprueban la resolución que contiene esta Agenda son soberanos y quienes los dirigen, en nombre de este “orden mundial”, no tienen la más mínima voluntad de alcanzarlos. Porque para alcanzarlos es preciso concentrar la soberanía de cada uno de los objetivos de la agenda en un ente que gestione mundialmente el “agua”, “la energía”, “los minerales”, “las masas forestales”, “los océanos”, “la producción de alimentos” …

Y esto supone sustraer estos bienes al mercantilismo de la iniciativa privada. Porque sólo asumiendo el dominio público de estos bienes será posible planificarlos conjuntamente con cada gobierno y de esta forma conseguir los imprescindibles objetivos de la 2030: poner fin a la pobreza en el mundo, erradicar el hambre y lograr la seguridad alimentaria; garantizar una vida sana y una educación de calidad; lograr la igualdad de género; asegurar el acceso al agua y la energía; promover el crecimiento económico sostenido; adoptar medidas urgentes contra el cambio climático; promover la paz y facilitar el acceso a la justicia.

Hay quienes piensan que el “orden mundial” ya sabe que esta Agenda, y las otras también, no se cumplirán y que esto generará un mayor nivel de frustración en los pueblos, estimulando una menor resistencia al sometimiento. Y posiblemente sea este el objetivo oculto de tanto “teatro” 2030. Está por ver en los 7 años venideros si hay instituciones públicas mundiales, capaces de meter a las grandes corporaciones, cúpulas de poder y lideres de enormes países -al fin y al cabo los acaparadores de plusvalías mundiales- en cintura.