Opinión

La sociedad ejemplar

La sociedad ejemplar
Soy muy crítico con las cosas de mi país, lo mismo me pasa con Algeciras, mi ciudad de origen, pero me gusta vivir aquí

La sociedad ejemplar está formada por héroes anónimos. Esos héroes dignos de admiración consiguieron que este país pasara sin esfuerzo aparente a una democracia avanzada después de dos siglos de guerra, dictaduras, ruinas, atrasos y hambre. Gracias a esos héroes anónimos de la Transición, y no tan anónimos, que fueron capaces de hablar, dialogar y llegar a firmar Pactos como los de la Moncloa, conseguimos los derechos que no teníamos y una gran protección social.

En la Transición, España tuvo que pensar qué era. Desde luego no era ni una, ni grande, ni libre, como había pregonado la dictadura. Entonces, ¿qué era? Cualquier respuesta lucida conducía a la desolación. España había sido un imperio desangrado, una monarquía corrupta, un mosaico de lenguas e historias, donde la Iglesia, desgraciadamente, había funcionado como único tejido conjuntivo.

España había desperdiciado el siglo XIX, crucial en el resto de Europa. Hubo buenas intenciones, al menos desde el siglo XVIII, pero nunca buenos resultados. Nos habíamos matado unos a otros con una fruición enfermiza. Pero muerto el dictador, la sociedad española buscó un acuerdo constitucional, posiblemente con imposiciones y claudicaciones, no hay duda, pero con un resultado más o menos necesario para la convivencia en este país.

Soy muy crítico con las cosas de mi país, lo mismo me pasa con Algeciras, mi ciudad de origen, pero me gusta vivir aquí, en esta orilla del Estrecho, porque sé cómo se vive al otro lado o en otros sitios donde no se ha sabido obrar el milagro de levantar una sociedad plural, libre, segura y compleja, que se adapta muy bien a este complicado país, con un sistema posiblemente malo, pero irrompible gracias a su Constitución.

Cuanto más pienso en lo que vivimos hoy, más valoro lo que se logró entonces. Probablemente porque el miedo fue superior al odio, pero el caso es que logramos articular un mecanismo para dejar de matarnos, dejar de encarcelarnos, dejar de exilarnos. Visto desde la distancia, tras cuarenta años, no fue poco. El equilibrio de poderes conseguido, en lenguas, nacionalidades y tradiciones, nos ha permitido seguir con vida, aunque, por supuesto, sea algo complicada.

Sé que decir esto hoy, sin Gobierno a la vista y con unas instituciones temblorosas, suena idiota, pero mi idiotez tiene un fondo democrático más profundo que la inteligencia de algunos, aunque nos empeñemos con terquedad en destruir el país que hemos hecho, sus cimientos son tan solidos que las grietas aun no afectan a su integridad. Pero, cuidado, que la lucidez no durará siempre. Y el peligro siempre acecha a las democracias.

Por eso, el Rey, como Jefe de Estado, comenzó su comparecencia navideña del lunes, admitiendo sin ambages que “el mundo no vive tiempos fáciles”, y añadió que son de “incertidumbre, de cambios profundos y acelerados que provocan en la sociedad preocupación e inquietud”. A partir de ahí, el suyo fue un mensaje de motivación, “debemos tener más que nunca una confianza firme en nosotros mismos”, y, continuó diciendo, que “el progreso de un país depende, en gran medida, del carácter de sus ciudadanos, de la fortaleza de su sociedad y del adecuado funcionamiento de su Estado”. Lo espero.