Opinión

La cuadratura del círculo

La cuadratura del círculo

Estos días me he acordado de aquella frase que acuñara el ahora expresidente Felipe González, “la cuadratura del círculo”, con motivo del debate suscitado en torno a las medidas que se debían o no adoptar para paliar las consecuencias económicas del conflicto bélico de Ucrania.

La verdad es que todavía no he podido salir de la perplejidad en la que me he visto inmerso ante la tensión descomunal a la que está siendo sometido el Ejecutivo por determinados partidos de la oposición y medios de comunicación afines, a pesar de la situación excepcional que en Europa estamos viviendo. 

Entono mi mea culpa, porque, una vez más, he vuelto a pecar de ingenuidad, ¡y ya me vale, teniendo como tengo casi sesenta tacos! Creía que ante la que se nos ha venido encima los dirigentes políticos de la derecha, que desde tiempos de ZP le vienen cogiendo el gusto a las calles y a las pancartas y andan bastante agitadillos, harían propósito de enmienda y se esforzarían por arrimar el hombro en lugar de poner palos en las ruedas.

Me pensaba que, si la pandemia más grave que ha sufrido la humanidad en los últimos cien años no había despertado en reaccionarios, conservadores y neoliberales de este país los afanes patrióticos de los que presumen, la amenaza de una posible tercera guerra mundial lo conseguiría. Pero… ¡qué va! ¡Ni por esas! Aprovechando el azote de la covid-19 intentaron sacar tajada y, aunque los que van de moderadillos traten de disimularlo, parece evidente que pretenden hacer lo propio ahora con esta nueva calamidad que nos asola. Esta gente a la que tanto le encanta lucir la bandera roja y gualda sería capaz de brindar su apoyo a cualquier enemigo de España, incluso en el caso de una invasión, con tal de socavar la estabilidad del gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos.

Los susodichos imputan a la política económica de Sánchez la corriente inflacionista actual, cuando en realidad ha sido y está siendo un fenómeno generalizado que ha afectado a la zona euro y Norteamérica, con Estados Unidos a la cabeza, por cierto, batiendo en febrero todos los récords. Una tendencia que arrancó el pasado año, debido a los desequilibrios dentro del juego de la oferta y la demanda en esos mercados que ellos tanto veneran, y que se ha agravado en este 2022, tras el ataque ruso a sus vecinos ucranianos. Es más, lanzan la mentira y logran que cale en la opinión pública, abusando de la ignorancia y el borreguismo reinantes, mientras se postulan como salvadores, siendo como son los defensores ideológicos de un modelo económico que ha sido y es causa de muchas de las injusticias a lo largo y ancho del planeta.

Reclamar, como reclaman PP, Ciudadanos y Vox, una bajada impositiva como panacea para todos los males es más populista que el populismo que a menudo denuncian y una irresponsabilidad. Es un discurso que se vende muy bien y que la mayoría compra, porque a nadie le agrada que le toquen el bolsillo, pero cuya puesta en práctica beneficia a los que más tienen, mientras perjudica al común de la ciudadanía, y más aún en un país como el nuestro con unos altos índices de desigualdad y una menor tasa de presión fiscal que las de otros estados europeos de nuestro entorno.

Para contrarrestar el alza en los precios de los combustibles, disminuir los impuestos que los cargan era, en efecto, una opción útil, siempre y cuando se hubiera adoptado como una iniciativa provisional y temporal para superar la coyuntura, de la misma forma que se ha hecho con la electricidad. Sin embargo, como solución definitiva, sería nefasta, porque mermaría una importante fuente de financiación gracias a la cual se implementan políticas públicas y se sostienen servicios como la sanidad, la educación, la seguridad o la atención social y las inversiones en infraestructuras, de no compensarse este menoscabo en los ingresos por la vía de los gravámenes directos a las rentas.

En circunstancias extraordinarias, como las de hoy día, las recetas puramente neoliberales se han mostrado poco efectivas. ¿Qué habría sido de Europa si en lugar del intervencionismo estatal se hubiera optado por el “laissez faire, laissez passer” frente a la crisis del coronavirus? ¿Qué habría ocurrido si la Comisión Europea y los gobiernos nacionales no hubieran tomado cartas en el asunto tirando de déficit? Pues, casi con toda seguridad, que las economías de este Viejo Continente estarían sumidas todavía en una recesión más profunda que la de 2008.

Los mismos que se empeñan en reducir la tributación como si esta fuera la única alternativa posible para favorecer el crecimiento y la prosperidad son los primeros que luego exigen que la administración actúe, endeudándose si es menester, para salvar bancos y empresas cuando la cosa se pone fea.

Ponen el acento en recalcar que se han de eliminar los gastos superfluos y, desde luego, no les falta razón. El problema es que cuando gobiernan no se aplican el cuento –el ejemplo de la mamandurria que se inventaron en la comunidad de Madrid para colocar a Toni Cantó es harto elocuente– y encima quitan de donde no deben.

Cuadrar las cuentas es recomendable y deseable, por supuesto, pero no a costa del bienestar de la sociedad en general para que solo una élite de elegidos se pueda pegar la vida padre.