Opinión

Telespectador crítico

Telespectador crítico
Acabo de ver por televisión una entrevista que me ha cabreado y también me ha hecho reflexionar. Ha sido en el programa “Todo es mentira” de Cuatro.

El presentador estelar, y director de este espacio, conversa por videoconferencia con una mujer ucraniana que va contestando a sus preguntas mientras conduce su vehículo, acompañada de sus dos hijos pequeños, por una carretera de Ucrania. Una escena que me ha resultado un tanto surrealista. 

¿Se ha preguntado Risto Mejide si es sensato hacer hablar por videollamada a esta señora yendo como va al volante y exponiéndola al riesgo de un accidente? La verdad es que yo flipo con estas cosas. ¿En estos tiempos que corren y en este mundo en que vivimos qué no se hará para producir una emisión que mole mogollón y bata récords de audiencia? ¿Qué no se sacrificará por situarse en la cima de la popularidad, por ser el comunicador más guay de la pequeña pantalla?

Veníamos convirtiendo la información en espectáculo desde hace ya bastante años, lo sé, gracias al boom de la caja tonta, que de tonta, por cierto, no tiene ni un pelo, pero las nuevas tecnologías, Internet y las redes sociales han intensificado tal tendencia. Las crónicas que a todas horas nos llegan de la guerra nos impactan, nos conmueven e incluso en algunos casos nos empujan a la acción, ayudan a que tomemos conciencia de lo que está pasando y hasta que nos impliquemos, aunque, al mismo tiempo, son recibidas, “y consumidas, sin más”, por la mayoría, como una alternativa más de la parrilla televisiva o la entrega de un serial de éxito de plataformas como Amazon Prime y Netflix.

Me consta que poco o nada se puede contra esta trivialización que alcanza incluso a las realidades más crudas, porque es efecto secundario inevitable de la democratización de la producción informativa, la proliferación de fuentes y contenidos y la inmediatez de la comunicación. A fin de cuentas, hoy día casi nadie se salva y, prácticamente, todos, subyugados por el poder de los medios, terminamos encanallándonos y, además, nos regodeamos en ello, como diría Umberto Eco, pero está bien que lo tengamos presente, independientemente de que nos alineemos con los “apocalípticos”, con los “integrados” o con quienes nos dé la reverenda gana.

No estoy yo pretendiendo dar lecciones, ni mucho menos. Simplemente estoy ejerciendo mi papel de telespectador, oyente, internauta y lector crítico. Dejo que me la cuelen muchas veces al cabo del día, aunque quiero dejar claro que soy muy consciente de ello y que, si eso ocurre es porque, como telespectador, oyente, internauta y lector, o bien lo permito –¿a quién no le va eso de darle gustito de cuando en cuando a sus pasiones?–,  o bien bajo la guardia y me despisto, en más de una ocasión, como todo hijo de vecino.

Tampoco es mi propósito poner en entredicho el trabajo de Risto ni la profesionalidad de quienes le acompañan. Ya quisiera yo, que pertenezco al gremio, estar a su altura. La calidad del programa es indudable y a veces, cuando puedo y me apetece, lo sigo. No obstante, he de afirmar que no me gusta cuando en el tratamiento de algunas noticias se arrogan el papel de paladines de una supuesta verdad obviando que todo suceso que tiene como protagonistas a los seres humanos siempre debe contemplarse y analizarse desde múltiples perspectivas.