Opinión

La tormenta perfecta

La tormenta perfecta
Sin menosprecio alguno a los análisis habidos y por haber respecto a los resultados de las últimas elecciones autonómicas andaluzas, creo que la victoria aplastante del Partido Popular del pasado domingo se ha cimentado, fundamentalmente, en el clima de opinión generado tras la crisis provocada por la guerra de Ucrania y, sobre todo, sus consecuencias económicas. 

No pretendo afirmar con lo dicho que sin los efectos negativos del conflicto los populares no habrían ganado estos comicios, pero sí sostengo que su triunfo no habría sido tan apabullante.

Los andaluces han ejercido su derecho al sufragio teniendo presente que el precio de los combustibles y de la electricidad se ha puesto por las nubes y que las medidas del Ejecutivo para contener estas subidas se han mostrado insuficientes. Han acudido a los colegios electorales recordando que llenar la cesta de la compra se ha encarecido notablemente en los últimos meses y que este encarecimiento, especialmente el de los alimentos, está mermando su poder adquisitivo. Han ido a la cita con las urnas sabiendo que los intereses que pagan por sus hipotecas se han elevado o se van a elevar en breve. Han votado, en suma, siendo conscientes de que a estas alturas del año son algo más pobres de lo que lo fueran en 2021. Y esta situación, sin duda alguna, ha pesado mucho en el sentido de su voto, porque han considerado responsable de ella al actual Gobierno de España conformado por PSOE y Unidas Podemos. Ha pesado, en efecto, mucho más que los avances sociales o las buenas cifras relacionadas con el empleo.

A los ciudadanos de a pie les importa muy poco que el alza en los costes de las materias primas y de las energías sea un problema internacional que está afectando a todas las economías europeas, por mucho que se les explique. Lo único que les importa es que afecta a sus bolsillos, y, por tanto, a su calidad de vida. Para ellos ha calado el mensaje de que Pedro Sánchez y compañía son los culpables de todos los desaguisados y, aunque muchos en el fondo saben que esto no es así, han comprado este discurso. 

El relato machacón de la derecha en tal sentido –manipulando y retorciendo los datos a conveniencia– y el excelente servicio prestado por muchos medios afines –generosamente pagados– que se han pasado por el forro las exigencias de veracidad, objetividad y rigor en la información han hecho el resto. (Junto a la campaña constante de acoso y desprestigio que Sánchez ha sufrido y viene sufriendo, desde incluso antes de ser investido presidente, comparable con la que en su día sufriera Zapatero, aunque cargada de mucha más saña, y el empeño añadido por deslegitimarle, a costa de la salud de las instituciones democráticas).

A esta circunstancia se ha de sumar también la incidencia –muy perniciosa para la imagen de la coalición gobernante– que en los electores han tenido las desavenencias dentro del Consejo de Ministros y el desconcierto, la desesperanza y la desmoralización que ha causado entre la gente progresista la escasa amplitud de miras de las formaciones políticas ubicadas a la izquierda del Partido Socialista, incapaces de ponerse de acuerdo entre sí para construir un frente común que hubiera podido ponérselo algo más difícil a PP y a Vox. Esa izquierda de la izquierda que, aun sin vencer nunca, y derrotada siempre, se ha arrogado y se arroga la representación del pueblo en su conjunto cuando, en realidad, ni siquiera representa a toda la clase trabajadora en una sociedad desarrollada, posmoderna y plural como la nuestra.

Además de lo expuesto, otro factor que, probablemente, ha influido en el éxito de los populares es el repelús que habrá provocado, entre los que no son de los más recalcitrantes dentro de su parroquia, pero pensaban votarle, la actitud chulesca e impertinente de Macarena Olona, que me da a mí que no despierta muchas adhesiones ni entre los suyos. Como ha debido influir igualmente lo ocurrido en Castilla y León, tras las elecciones autonómicas de febrero, para que, al final, más de un conservador no demasiado reaccionario, de los que en principio se proponían apoyar a la ultraderecha, haya decidido decantarse por la moderación tirando de sentido común.

Aunque tampoco ha de restarse importancia en esta ecuación a la debilidad del perfil de Juan Espadas, persona de una calidad humana indiscutible, pero cuya candidatura no ha suscitado entusiasmo alguno, ni –por supuesto– a los méritos de Moreno Bonilla, hombre de carácter amable y dialogante, con apariencia de buen tipo.

En definitiva, cabría decirse que los astros y los elementos se han confabulado dando lugar a la tormenta perfecta para que el PP haya podido lograr la mayoría absoluta en una comunidad, la andaluza, que hasta no hace mucho era un feudo en el que el PSOE gozaba de hegemonía.

Con todo, la mejor de las noticias para Andalucía que trajo consigo la jornada electoral del 19 de junio es que los de Abascal y su patética troupe, aun estando en el parlamento del Hospital de las Cinco Llagas, no van a tocar bola en San Telmo durante la próxima legislatura.