Al asalto

Nunca me gustó que para protestar contra este o aquel Gobierno se convocase al personal a rodear la sede una asamblea legislativa. Como tampoco me agrada que haya otros poderes que cuestionen las competencias legislativas de las cámaras que representan la soberanía popular.

Desde los tiempos del ascenso del nazismo, está más que acreditado que nada mejor que una turba entrando en las sedes institucionales para desmontar la estructura de poder y acometer un golpe. Y eso vale tanto para derechas como para izquierdas.

Lo acabamos de ver en Brasil, como también vimos una intentona similar en Estados Unidos hace ahora dos años. También el asalto al Parlamento catalán.Y sospecho que, desgraciadamente, asistiremos a espectáculos similares. Sobre todo si quienes ejercen la oposición a los gobernantes democráticos evitan condenar abiertamente lo ocurrido. Es lo que pasó con Donald Trump ante el asalto al Capitolio y es lo que acaba de ocurrir en Brasil, con Bolsonaro midiendo mucho sus palabras para evitar una condena formal de los graves hechos.

La reacción internacional ha sido prácticamente unánime. Tiene más valor todavía cuando nos hemos encontrado con gobiernos de signo muy diferente al del brasileño Lula saliendo a condenar el asalto y a defender la legitimidad del presidente electo. Y es que eso es lo trascendental: hacer ver a los manifestantes y a quienes los instigan que la legitimidad se gana en las urnas y que hay que aceptar al elegido por mucho que uno discrepe. Evidentemente, en la imperfección de la democracia va de suyo que a veces el elegido demuestre a las primeras de cambio que no está capacitado, pero todavía no se ha encontrado un sistema mejor que el democrático.

Y, como diría don Quijote, 'desconfía, amigo Sancho, de los que te digan que si no votas correctamente, llegarán otros que saben más que tú para poner orden'. Porque precisamente eso es lo que pensaron los manifestantes: que ellos sí estaban revestidos de la autoridad para, por la fuerza, sacar a los gobernantes legítimos para hacerse con el poder y meter en cintura al país.

Dicho todo lo anterior, no es Bolsonaro el único que se salió del tiesto. En la escena política nacional se han producido reacciones fuera de lugar, en un intento de mezclar churras con merinas o de ponerse de perfil. Y lo mismo que lo digo para lo ocurrido en Brasil, también lo digo con el autogolpe del ya ex presidente Castillo en Perú.