Opinión

Argelia y Marruecos

Argelia y Marruecos

La turbulenta África, que es otro mundo, la gran desconocida de la civilización actual junto a Asia, sigue siendo una caja de sorpresas. Pocos políticos españoles  están al día sobre lo que pasa en el   tablero norteafricano, que es el que más nos incumbe. La colosal África es la América que, delante de nuestras narices, no hemos querido nunca descubrir.

Hasta mediados de los años 70 teníamos un pie en el Sáhara, que era nuestro estribor para dar el salto al continente.  Después, África entró en una amnesia galopante. Y hoy es un volcán a punto de estallar.

Ahora que el mundo está revuelto, ignoramos los entresijos, pero algo se cuece bajo las dunas. Ya no es solo que el impulsivo Marruecos sea una fuente inagotable de preocupación, incluso ahora que se lleva bien con España. Esta semana se suma a la ecuación la prorrusa Argelia, en cuya voladura de la amistad con Madrid cometió algún error de cálculo, dada la recriminación de Bruselas y la marcha atrás.

En mayo irrumpió en Argel el ministro ruso de Exteriores, Lavrov, con las manos manchadas de sangre por la guerra de Ucrania, y su anfitrión, el presidente Tebboune, consideró la idea de desestabilizar Europa, pero, siendo un socio comercial preferente, ahora lo piensa dos veces, a costa de desairar al Kremlin.

Todo ha dado un vuelco de pronto. Sánchez secundó las tesis marroquíes sobre el Sáhara, como Alemania y Países Bajos, y como el vituperado Trump. Y en lo que estamos es en una guerra que amenaza una crisis alimentaria global, ningún gobierno está seguro ni nadie es capaz de predecir la hambruna que se avecina en el Sahel y la Europa Oriental. Nunca antes fue tal la fragilidad de los sistemas alimentarios mundiales tras una guerra en un granero, cuyas continuas perturbaciones han encendido todas las alarmas, en vísperas de la cumbre española de la OTAN. ¿Hemos evaluado  lo que nos espera?


Sabemos poco de África y todo de Europa. Pero las pateras de África nos reprenden por la mala memoria geográfica. Ahora el Sáhara ha reavivado los odios africanos y estamos en medio de una tempestad de arena, que no es calima, sino vientos que remueven viejos rencores. De aquellos polvos, estos lodos.

Hace 40 años, en Argelia,   había calma en la calle, antes de los atentados yihadistas. En Marruecos, el ambiente no difería mucho. Nos seducían las crónicas de Juan Goytisolo, vecino de la plaza de Jemaa el Fna, en Marrakech, santuario de la palabra, que el escritor catalán defendió del rodillo inmobiliario hasta lograr convertirla con su cruzada en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Toda esa bonanza saltó por los aires en 2011 con una bolsa que explotó en un populoso café de la mítica plaza y mató a 17 personas.

Ahora es como si África pidiera paso. En mitad de la crisis de Ucrania, se recalienta el Magreb, tras la ruptura de Argel y Rabat, la vuelta a las armas del Polisario y el divorcio de Argelia con España.