Opinión

El tiroteo

El tiroteo
En esa frenética mañana  en  la que llegaba el documento del pacto entre el Partido Socialista y Junts y comenzaba el análisis de lo acordado y sus consecuencias (históricas, evidentemente), irrumpía la noticia del tiroteo contra Aleix Vidal-Quadras.

El que fuera presidente del PP vasco, después cofundador de Vox, tertuliano impenitente y azote del nacionalismo vasco, cayó herido en pleno centro de Madrid bajo las balas de un desconocido que huyó en moto.

 Por un instante, la sangre se nos heló a muchos y a la memoria vinieron pasajes que creíamos olvidados. Porque el ataque se produjo en un día de intensidad política y precedido de veladas de alto voltaje en torno a la sede federal socialista. Porque el tiroteo llegó en medio de una bronca política casi sin precedentes, con unos defendiendo que hay que dar un paso adelante sustentado en el olvido y otros hablando abiertamente del fin de nuestra democracia y el inicio de una «dictadura por la puerta de atrás».

El ataque al exdirigente político recordaba los años de plomo. Ese tiempo en que representantes de partidos, de instituciones o agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado no podían salir a la calle sin tomar muchas precauciones, ya fuera con escoltas o mirando sistemáticamente debajo del coche y cambiando con frecuencia de ruta.

Es evidente que la primera idea que nos asaltó a muchos fue preguntarnos si lo ocurrido tenía que ver con el contexto de la amnistía, las protestas contra el PSOE y el tono incendiario de las declaraciones políticas. Al final de la mañana, el propio Vidal-Quadras ponía algo de luz en el asunto declarando ante los agentes policiales que sus sospechas van hacia los defensores del régimen iraní, dados sus vínculos con la oposición en ese país (oposición que, evidentemente, es perseguida, porque democracia y régimen iraní son términos antagónicos). No sirve de mucho consuelo esa sospecha porque lo que nos faltaba ahora es tener la certeza de que en este país andan sicarios encargados por Teherán para arremeter contra quienes osan llevar la contraria a sus gobernantes.

 Pero sí deben servir lo ocurrido y ese recuerdo de otros tiempos aciagos para poner en valor de dónde venimos, lo que vivimos (lo que sufrimos, quiero decir) y dónde estamos. No lo olvidemos ahora que parece que cada día es el último, porque hubo una época no tan lejana en que para muchos cada día sí podía ser el último simplemente porque estaban del lado de la democracia.

Patricio González