Opinión

Europa

Las instituciones de la Unión Europea han adquirido un creciente protagonismo como centro de decisiones con un impacto directo en la vida de los ciudadanos.

En el futuro inmediato se enfrentan a retos de una extraordinaria exigencia que abarcan desde la aplicación de políticas para combatir el cambio climático que transformarán el modelo productivo y la movilidad a otras relativas a la inmigración o destinadas a reducir la insostenible dependencia de terceros en tecnologías, materias primas estratégicas o defensa.

Con esas medidas encima de la mesa y una guerra en las puertas de la Unión desde hace más de dos años, las elecciones  al Parlamento Europeo cobran una singular relevancia. El voto de los más de 370 millones de personas llamadas a las urnas, además de determinar el reparto de los 720 escaños en juego, condicionará el signo de esas actuaciones en un momento histórico en el que los Veintisiete necesitan reforzar su reducida influencia y aumentar su autonomía geoestratégica en un mundo bipolar dominado por el pulso entre Estados Unidos y China. El equilibrio de fuerzas en la Eurocámara también incidirá en la composición, prioridades y gestión de la nueva Comisión Europea.

Estos comicios se han caracterizado tradicionalmente por una alta abstención, producto de un extendido desconocimiento de la compleja dinámica comunitaria y de la falsa creencia de que son poco menos que intrascendentes. Nada más lejos de la realidad. El día a día de los habitantes en la UE está plagado de decisiones adoptadas por los organismos europeos, que tienen una correspondencia con el sentir libremente expresado en elecciones como estas.

De ahí que sea precisa una elevada participación ( que no lo va a ser por los propios políticos) para que el Parlamento que surja de ellas refleje con la máxima fidelidad las soluciones por las que se inclinan los ciudadanos ante los grandes problemas pendientes, que son de tanta envergadura y concitan opiniones tan encontradas que ninguna excusa justifica renunciar al derecho al sufragio y dejar sus posibles salidas exclusivamente al criterio de los demás. Por desgracia, la campaña ha dejado al margen esos asuntos al verse monopolizada por cuitas nacionales.

Europa es un apasionante proyecto común todavía en construcción, que ha de avanzar con valentía hacia una mayor integración para ocupar el lugar que le corresponde en el mundo. El futuro de la UE, que es el de todos nosotros, depende del voto de cada uno y de que los políticos se lo crean.