Opinión

Y los gatos tocan el piano

Y los gatos tocan el piano

La clase política es adicta a «hacer pedagogía», ejercicio  este con el que nuestras ilustradas señorías hacen comprender a los ciudadanos lo que es la realidad, su realidad.

Esta reiteración  casi a diario puede ser una de las causas por las que una parte de la ciudadanía ha acabado admitiendo que somos menores de edad y que necesitamos alguien que nos guíe. Aunque nada se sepa de que ese alguien tenga los más mínimos conocimientos siquiera sea para poder  guiarse a sí mismo.

Faltan bomberos y bomberas,  faltan policías locales, faltan plantillas de limpieza en las ciudades, médicos y médicas, enfermeras y enfermeros, faltan especialistas en psicología en los institutos anatómicos forenses, faltan especialistas en atención temprana, falta personal en los juzgados, faltan plantillas en los colegios e institutos. Falta gente que investigue, y quien lo hace, lo hace totalmente en precario, faltan docentes en las universidades, faltan hospitales, faltan plazas sociosanitarias, falta funcionariado para tramitar la dependencia, el ingreso mínimo vital,… y, sobre todo, falta vergüenza, mucha vergüenza para salir ante la ciudadanía a echarle la culpa de que   somos nosotros los que no  comprendemos esa «realidad».

Esto se llama la Teoría del salchichón, que consiste en ir cortando de manera  imperceptible una pequeña loncha cada vez, cuando se aplica a los servicios públicos esenciales, y esto  se traduce en lo  que hoy  tenemos ante nuestros ojos.

En los últimos 20 o 30 años, esa España que iba equiparándose a los países de nuestro entorno, iba recortando y privatizando poco a poco, soltando de vez en cuando algún acto cultural o un circuito del motor para  contentar ( pan y circo) de forma efímera a  la voraz clase media adicta al espectáculo. Sin embargo, la realidad que había que explicar es la que comienza a devorarnos, mediante incendios forestales que no encuentran enfrente el número suficiente  de funcionarios capaces de hacerle frente.

El problema no es que el político de turno quiera hacer un circuito del motor, un tobogán gigante o hacer una gran ampliación de un estadio para acoger un mundial. El problema es de quien se cree que esas migajas le van a compensar de la inmundicia que estamos  obteniendo a cambio.