Carta de amor en tres actos y un epílogo
I
1930
Te conocí siendo niña
a la luz de la bonanza:
el busto lleno de leche
sustentando nasa y tanza;
el sayo presto de heridas
de rigores de labranza;
el rostro de helecho y rape
que al calor de la confianza
lucía flecos de espuma
al son de guitarra y danza;
el sendero de tu miel,
Éufrates de mi antojanza,
fértil lecho de caricias
al que dedicar mi holganza...
Aquel secreto en tus ojos,
que adivina adivinanza
zurcía requiebros blancos
por la trocha de mi andanza,
sembró de sueños mis noches
rebulléndome templanza,
calzas, cabellos y fusta
hasta negar la crianza
que de viajero de paso
fuese caudal de mi fianza,
quedando preso por siempre
del azote en la añoranza
por el regreso a tus trenzas,
e inclinando la balanza
de Montereros a Muro
me henchiría de esperanza
de que en tu dedo desierto
presumieses de mi alianza.
II
1970
Las saetas, sentenciando indolentes
con la retórica de la cabrilla,
con la perseverancia del torrente,
con el tesón del mar contra la orilla
tiñiendo tus cabellos de ladrillos,
vistieron tus hechuras de chiquilla
con gusto a tocino de saladillo,
ortigada popular y abajá,
alumbrando postigos y portillos
hasta encalar la luz de tu verdad
con los tintes de la sabiduría,
de la madurez y de la bondad.
La conferencia de tu simpatía,
tu provecho amparado por el ojo
que llenó la llanada en que lucía,
los rinconcillos que sin trampantojo
desabrocaba tu cuerpo a la vista,
fueron la reconquista de mi antojo,
mas fue el culpable de mi sonrojo
el amanojo del contrabandista,
fue la reivindicación de mi enojo
el abandono de la jerarquía,
fue fuente nueva que emanó mi enojo
el veneno de las habladurías.
Por tus venas corre sangre real,
raza juliana, gitana y judía,
de pastores y de gente de mar,
con la que perviviendo a los caudillos
supiste crecer con la integridad
que siempre tuviste entre los zarcillos,
pero el azote de las jeringuillas
estuvo a punto a punta de cuchillo
de hundir tu cobre quebrando tu quilla
en una bajadilla penitente.
¡Virgen del Carmen! ¡Mi pobre chiquilla
juzgada por saetas indolentes!
III
2020
Aunque estén pálidas las flores del ojaranzo
mullidas sobre surcos de una tez de garbanzo,
del espejo todavía asoma esa sonrisa
que no ha derrotado la cadencia de las olas,
coloreando con perfume de caracolas
el canesú de tu tan remendada camisa.
Las pirámides que se elevaban en tu pecho,
renunciadas por tus hijos como en un barbecho,
se desvanecieron deshinchadas en tu vientre
tras atetarlos con mimos de prosperidad
dejándote tullida a un pie de la caridad
sin que reproche alguno en tu garganta se encuentre.
Las barquitas que se mecían en tus mejillas
se agotaron como lluvia por la alcantarilla,
las escalinatas que maquillaban tus labios
perdieron los besos que brindase tu mirada,
la isla que tu cuello tenía abotonada
fue soterrada bajo acostumbrados resabios.
Los pesuntes que diste con temblorosos dedos
para aviar los desmanes de los cuajaenredos,
galanes sin nombre con cemento por sesera,
hambre en los bolsillos y promesas de farsante,
mudaron las gracias señeras de tu semblante
hasta someterte en el sueño de la nevera.
Pero cada junio sigues bailando coqueta
con mirlos trinando alrededor de tu peineta,
gastando el paño de lunares de tu cintura
para despejar la decepción de los balcones
y con la sonrisa pintada entre algodones
descorchar el salero altivo de tu armadura.
Tus ojos han comprendido una transición
y te has pintado con rímel de liberación,
tus piernas, vencidas de trombos y varices,
han conquistado lechos dominio de los mares,
has conocido la lengua de muchos lugares
que a tu verita llegaron para echar raíces.
No estés triste, princesa, que novios no te faltan.
Los suspiros que en tu boca de fresa resaltan
encontrarán la recompensa que mereces,
que ninguna tormenta duró jamás mil años
y aunque estés agotada de tantos desengaños
el azar volverá a sonreírte con creces.
Epílogo
Amor de mis amores,
lamento mucho haberte abandonado
gastando mi ser por tanto tejado
en busca de colores;
cada camino en el que me he perdido
iba trazando nuevas ansiedades,
reflejando con sus ambigüedades
al mar de tu vestido
salpicando de sal mis pensamientos.
Mi vida gira allende
adonde mi deber me lo encomiende,
rastreando en los vientos
el brillo de tu duende
cuando al observar un nuevo horizonte,
allí donde la tierra
limita con la estela de Caronte,
los costurones que deja la guerra
encendiendo de sollozos los montes
jalonan la crueldad que el hombre encierra
orillada en la esencia
nata de su talante.
¡Deja tus besos de entregada amante
en los jardines yermos tras mi ausencia!
¡Limpia las lágrimas de tu pañuelo
mientras sople el levante!
¡Un día volveré con mis desvelos
reavivando anhelos
obligado por sed de tu querencia!